Por fin miramos nuestra salud mental

Por fin miramos nuestra salud mental_Ipsimed. Manuel Paz, Ipsimed

Por fin miramos nuestra salud mental

Por fin nos estamos dando cuenta, somos vulnerables. Y sí, también en nuestra dimensión psíquica

Por supuesto no estoy diciendo que estemos locos, simplemente hago referencia a una realidad incuestionable: oscilamos entre estados de bienestar y otros de malestar, en lo físico y en lo mental. Pero no se asuste, reconocer esto no le hace más débil. Es mejor que vayamos perdiendo el miedo a mirar y reconocer nuestra condición humana. A todos nos pasan cosas que nos hacen sufrir, ¿no cree?

¿Y por qué hemos estado negando esa obviedad?

Con todo lo listos que nos sentimos en este siglo XXI, ¿Qué nos hace ser analfabetos emocionales? Nuestro avance tecnológico es asombroso, somos capaces de hacer rascacielos, construir una realidad virtual, ir a la luna e incluso a Marte. Y, ¿qué nos pasa cuando nos asomamos a nuestro mundo interior?, ¿por qué nos paralizamos? Echamos cerrojazo a lo que nos genera dolor o inseguridad.

A eso se le llama negación, evitación, en definitiva, miedo. Es un mecanismo muy primitivo para sentirnos psíquicamente a salvo. Queremos creer que lo que no miramos, no existe.

Como refleja nuestra compañera Virginia Núñez en el artículo ‘Para que las voces no sean necesarias‘ ¿Qué hace que ahora muchas personas, entre ellas algunas célebres en el deporte, el periodismo, la escritura o el cine, se estén permitiendo “salir del armario” atreviéndose a mostrar su vulnerabilidad psíquica? Ojalá fuese por el uso de nuestra capacidad reflexiva para cuestionar la temeridad psicológica que supone sepultar nuestro mundo emocional. O por entender que atender y poner palabras a nuestra experiencia interior nos permite manejarla mejor. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, se exterioriza el malestar cuando las vigas defensivas de la mente explotan.

Cada vez es más complicado seguir negando la creciente atmósfera de tensión psíquica que respiramos. Y llamarlo estrés ya no tranquiliza, sabemos que hay algo más.

Pero no nos extrañemos, son matemáticas emocionales. Como sociedad hay varios factores que nos hacen estar en la “tormenta psíquica perfecta”:

  1. Nacemos en una realidad social en la que difícilmente se atiende de manera correcta las necesidades afectivas o de vinculación. Como bien se refleja en el artículo ‘El trauma oculto‘, de nuestra compañera Ana Torrenova, en la infancia somos especialmente sensibles a la mirada de nuestras figuras de apego. Para construirnos con una sana autoestima, necesitamos sentirnos cuidados, vistos, sentidos, aceptados, valorados y queridos. Pero esto es ciencia ficción, la educación está dirigida más que para reconocer lo que somos o necesitamos, para que nos adaptemos a las expectativas y exigencias externas, sean familiares, académicas o culturales.
    • En el mejor de los casos, hieren frases como “no tienes que llorar”, “eso no es verdad, es una tontería” o “lo que tienes que hacer es…” En otros casos, son juicios como “eres un inútil o un vago” o comparaciones que devalúan, como “tu hermano sí que es inteligente”. Y lamentablemente, es aún muy frecuente la existencia de castigos severos, agresiones verbales, físicas, e incluso situaciones de abuso o acoso.
    • La negligencia emocional en muchísimos casos produce un dolor más insoportable que el peor de los dolores físicos. El niño que lo vive en soledad y sin recursos, buscará inconscientemente aliviarse con la anestesia emocional, no sentir, no necesitar. Y así vamos normalizando vivir sin sentirnos vistos ni sentidos, sin mirar hacia nuestro mundo interior, que duele. La negación está servida.
  2. Posteriormente, al crecer con esos frágiles cimientos emocionales, es habitual que a partir de la adolescencia aparezcan estados mentales y corporales insanos, pero que se normalizan. Cada vez es más frecuente dormir mal, tener dificultad con la alimentación, estar en estado de alerta permanente, rumiar preocupaciones, sentirse arrastrado por el pensamiento obsesivo, sufrir de molestias físicas que son la expresión de la tensión psíquica, no conectar con ilusión o esperanza y la falta constante de energía. Ese desequilibrio va a tener un impacto en la configuración de cómo nos construimos como personas, dando lugar a rasgos de personalidad disfuncionales, como el de la hiperexigencia, en el que se pretende ser fuerte, válido o capaz a toda costa, o por lo contrario, el patrón de la evitación, en el que se evita sistemáticamente el conflicto buscando refugio en el silencio o la sumisión.
  3. Y con esa endeble estructura psíquica, nos tenemos que enfrentar a las demandas de esta vida cada vez más rápida, compleja e incierta. No hace tanto tiempo atrás nos podíamos permitir el lujo de no fortalecer nuestra mente, podían sostenernos los pilares de una vida más sencilla y segura. Pero ahora, el número de estímulos, cambios, retos y exigencias de todo tipo nos desborda. Nos sentimos arrastrados por este remolino estresante, no sabemos cómo salir de él. No tenemos recursos.
  4. ¿Y cómo gestionamos nuestras dificultades psíquicas? En lugar de tomarnos en serio y desarrollar la capacidad de afrontar y tomar decisiones para llevar las riendas de nuestra vida, es más frecuente hacer lo contrario. Fortalecemos aún más nuestra capacidad de anestesiarnos emocionalmente apoyándonos en alguno de los muchos elementos distractores que tenemos a nuestro alcance.
    • Las compras compulsivas, las sustancias, lícitas como el alcohol o tabaco, o ilícitas, como el cannabis o la cocaína, los atracones de comida, la pornografía, el sexo sin afecto, el trabajo desmesurado, la obsesión por nuestra apariencia o el deporte sin medida, ofrecen un abanico amplio y muy accesible de posibilidades para depositar nuestra atención y nublar así nuestra mente.
    • Por cierto, otro distractor muy potente, que además no tiene restricción de edad, son las pantallas o dispositivos electrónicos. Es abrumador ver cómo, desde bebés a ancianos, nuestra mirada se dirige más y más hacia pantallas que nos inundan de estímulos.
    • Con todo lo anterior “no hay peligro”, nos “sentimos seguros” al tener multitud de recursos que nos garantizan estar lejos y desconectados de nuestro mundo interior.
  5. Sumado a lo anterior, o más bien, como consecuencia de todo ello, hemos reducido, a veces eliminado, el contacto con elementos esenciales para mantener nuestra estabilidad psíquica. Estamos tan ocupados, o quizás, tan evadidos o arrastrados, que no encontramos tiempo para cuidar y cultivar relaciones sociales significativas. Cada vez es más difícil comunicarnos con intimidad, mirarnos a los ojos, sentirnos parte de una comunidad. Y como ese abandono, también vamos dejando de hacer actividad física, de mantener contacto con la naturaleza, de disfrutar del silencio, de descansar y permitirnos ser en lugar de hacer, de cultivar la espiritualidad o de contemplar el arte.
  6. Con este cóctel, solo nos faltaba un último ingrediente. Un detonante que rompiese el frágil equilibrio en el que nos veníamos sosteniendo. Y llegó la pandemia para abrirnos los ojos. Nos ha afectado a múltiples dimensiones vitales: salud, familia, relaciones sociales, ocio, trabajo, economía, etc. Además, ha sido muy equitativa, lo ha hecho para todo el mundo. Ha afectado a ricos y pobres, del este y del oeste, del norte y del sur, de una raza o de otra. Nos ha obligado a mirar y ver lo que verdaderamente somos: humanos vulnerables interdependientes con necesidades relacionales y fecha de caducidad.

Llegados a este punto, tenemos dos opciones para gestionar nuestra sana e innata inclinación a experimentar bienestar y no sufrir.

  1. La primera, que no requiere esfuerzo a corto plazo, es la de continuar reforzando la negación y seguir avanzando cada vez más deprisa con los ojos vendados. Cohabitar con la creciente presión psíquica del poco creíble hermético armario en el que nos han y nos hemos encerrado. Por supuesto, con la frágil confianza de que nunca estallará.
  2. La segunda opción, requiere ser valiente, dar un volantazo y giro de 180º. Compartir nuestra humanidad, mostrar sin temor las fisuras del mundo interior, cambiar la mirada para pedir ayuda y hacernos cargo de nuestra salud mental. Es decir, abrir las puertas del armario para así poderlo atender, comprender y organizar. Desde Ipsimed es la que nosotros elegimos, y la que brindamos a quien apueste por ello. Ofrecemos apoyos muy concretos que permitan salir de una crisis y construir un camino con más consciencia y confianza en uno mismo y en la vida.

Pero no se preocupe, que, de estas dos opciones, usted puede elegir conscientemente la que mejor le haga sentir, nadie le va a impedir que decida hacia donde mira en su vida.

Lo importante es que lo que haga sea consciente, y si así lo es, con la misma consciencia, podrá revertir la decisión cuando lo considere oportuno.

“El que mira hacia afuera sueña, el que mira hacia adentro despierta”
Carl Jung
Manuel Paz
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Fundador y Director de la Escuela de Integración Psicomédica, Ipsimed.
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Manuel Paz
manuel.paz@ipsimed.com

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