El trauma oculto

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El trauma oculto

El objetivo de esta publicación es dar visibilidad a una realidad que una gran parte de la sociedad sufre en silencio: el trauma oculto.

Tipos de trauma

Cuando hablamos de trauma, lo que nos viene a la mente suelen ser los traumas T (también llamados traumas simples), como pueden ser experienciar desastres naturales, ser víctima de agresiones físicas, sufrir una violación o presenciar un suicidio.

El trauma simple es una experiencia que por sí misma tiene la magnitud necesaria para sobrepasar las capacidades de regulación emocional y afrontamiento del individuo.

Los traumas t (trauma complejo o trauma relacional temprano), son aquellas experiencias que se producen en interacción con otras personas de forma continuada y acumulativa, cuyo origen suele encontrarse en la infancia, especialmente en la relación con figuras de apego significativas. Estos traumas, a pesar de ser más comunes, suelen ser más invisibles socialmente y producen profundas heridas emocionales. Es dentro del trauma complejo donde encontramos el trauma oculto.

En algunos casos, lo que genera el trauma oculto no es lo que ocurrió, si no lo que necesitaba que sucediera y no sucedió.

Consecuencias del trauma oculto

El trauma oculto, al ser experiencias de interacción repetitivas y constantes, influyen en:

  • La imagen que tiene la persona sobre sí misma (su valía, sus capacidades, si merece ser amado…).
  • Sobre los otros (si puedo o no confiar en los demás, si los demás están disponibles para mí, si los demás me ven y me quieren simplemente por ser yo…)
  • Y sobre el mundo (si es un lugar seguro o lleno de peligros).

Además, al ser una experiencia invisible socialmente, podemos tender a normalizarla y a no tener consciencia sobre si nos afecta ni cómo lo hace. Esto dificulta que como adultos podamos ser conscientes de nuestras necesidades y nuestros recursos para cubrirlas en el momento presente, obstaculizando la reparación de nuestras heridas emocionales. Y como figuras de referencia de nuestros hijos, alumnos o pacientes (desde la mejor de nuestras intenciones) podemos estar repitiendo (sin ser conscientes de ello) patrones de interacción que perjudican su bienestar psicológico.

Algunos ejemplos de trauma oculto

Los niños sufren trauma complejo cuando, de forma sistemática:

1 Se invalidan sus emociones. Cuando una persona niega, minimiza, juzga o intenta forzar el cambio emocional.

  • «No estés triste/enfadado/asustado…».
  • «No te pongas así, que no es para tanto».
  • «Eres un exagerado», «eso es una tontería».
  • «Lo que tienes que hacer es animarte».

2 Se les abandona emocionalmente. Cuando sus conductas o reacciones no creemos que sean las apropiadas, y les dejamos solos con sus emociones o les ignoramos, bien buscando que se regulen y expresen de otra forma, o bien buscando el castigo por algo que creemos que han hecho mal.

  • «Te vas a quedar aquí solo hasta que te calmes».
  • «Cuando se te pase y me lo digas de otra manera, hablamos».

3 Sus figuras de referencia están ausentes. Sus cuidadores están muy ocupados y no están todo lo presentes que necesitarían o, sobre todo, cuando tienen tiempo para estar conmigo no están realmente presentes (ej.: están atendiendo el teléfono, leyendo el periódico, viendo la tele…).

4 Se les hace chantaje emocional.

  • «Si te portas mal, te quedas sin regalos».
  • «Como le cuente a mamá lo que has hecho, no te va a querer».
  • «Tu papá no te quiere porque no me ayuda a pagar tus gastos».
  • «Si si, tú vete, ya me quedo yo aquí sola y triste».
  • «Haces eso que sabes que me molesta porque en realidad no me quieres».

5 Se les sobreprotege. Cuando sobreprotegemos es porque estamos anticipando un peligro que no está ajustado con la realidad, y estamos respondiendo a nuestros propios miedos e inseguridades. Tratar de evitar a toda costa cualquier situación desagradable para nuestros hijos puede generar mucha inseguridad hacia sus propias capacidades y hacia el mundo que les rodea. Otra forma de sobreprotección también es impedirles hacerse cargo de las responsabilidades o dificultades para las que evolutivamente ya son capaces.

  • «¡El columpio es muy peligroso! Puedes caerte y hacerte muchísimo daño. Mejor no vamos al parque a jugar».
  • «Yo te lo hago, que tú no sabes/puedes».
  • “¡Ay! No no no, no corras que te vas a caer”.

6 No se les ponen límites. Los límites tienen que ver con mantener la integridad física y emocional de la persona, del resto de los individuos y del ambiente que les rodea. La ausencia de límites genera inseguridad en los niños, y un sentimiento de no ser lo suficientemente importante ni haber sido tenido en cuenta.

  • «Que haga lo que quiera, ya aprenderá».
  • «Yo prefiero dejarle hacer lo que quiera, no quiero tener discusiones».
  • «Dale eso que quiere, que así se calla».

7 Se les hiperexige. Cuando perseguimos un ideal inalcanzable, cuando les corregimos y les criticamos de forma sistemática en cualquier tarea que realizan («siempre falta algo»), cuando no valoramos nunca sus logros, o cuando les exigimos tareas o responsabilidades que no están ajustados con su desarrollo evolutivo.

  • «Ya has vuelto a hacerlo mal, siempre lo haces mal».
  • «¿Un notable? Eso no es suficiente, venga, que yo sé que tú puedes hacerlo mucho mejor».
  • «Tienes que ser el mejor de la clase».

8 Se les compara. A veces podemos tender a compararles con otras personas con el objetivo de que tengan un modelo diferente del que aprender un comportamiento que creemos positivo para ellos, pero esto puede generar inseguridad en el niño, en sus capacidades y su sentimiento de valía.

  •  «Ya podrías sacar las mismas notas que tu hermano».
  • «Tu amigo se porta muy bien, no como tú».

9 Se les ponen etiquetas negativas. Aquello que les decimos a nuestros hijos, puede convertirse en su diálogo interno. Cuando ponemos etiquetas a nuestros hijos de forma sistemática, además de que estamos confundiendo cómo se comportan en determinadas circunstancias con su identidad y cómo son, podemos influir en la forma en la que se perciben a sí mismos y pueden ajustar su comportamiento a las expectativas que se depositan sobre ellos, a esto se le conoce como «profecía autocumplida» o «efecto Pigmalion».

  • «Eres inquieto».
  • «Tienes mal carácter».
  • «Eres miedoso».
  • «Eres un vago»

10 Se les culpabiliza. Cuando se les culpa de algo que no son responsables o son nuestros errores.

  • «He discutido con tu madre por tu culpa».
  • «¡Mira lo que me has hecho hacer!, se me ha caído y se ha roto por tu culpa».
  • “Desde que te tenemos a ti ya no podemos hacer nunca nuestros planes”.
  • «Lo hemos sacrificado todo por ti».

11 No reparamos nuestros errores. Cuando nos equivocamos o perdemos los nervios y no reconocemos ni reparamos el error, nuestros hijos no se sienten vistos ni tenidos en cuenta, y les estamos ofreciendo un modelo en el que los errores no están permitidos y, por lo tanto, no saben cómo afrontar ni resolver estas situaciones. Este tipo de experiencias hemos podido vivirlas todos, lo que conforma el trauma oculto es la repetición de forma constante y sistemática de este tipo de patrones de interacción.

¿En qué puede ayudarnos identificar el trauma oculto?

Quizás este artículo haya podido removerte un poco, porque ser conscientes de ello puede ser doloroso, y al mismo tiempo, poder detectar el trauma oculto ya supone, en sí, una gran herramienta, ya que puede ayudarnos a iniciar un camino a:

  • Como adulto: reconocer situaciones que pudieron dañarme o necesidades que pueden no estar cubiertas, y que gracias a ello pueda tenerlas presentes en mi autocuidado o en mi forma de relacionarme con los otros, siendo más autocompasivo y dándome el permiso para sanar mis heridas emocionales.
  • Como padre o madre: reconocer patrones que puedan ser potencialmente perjudiciales para el desarrollo psicoafectivo de mis hijos, y a poder prevenir a través de los buenos tratos y de la mano de la herramienta más potente que tenemos: la reparación.
Ana Torrenova
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Psicóloga Psicoterapeuta en Ipsimed, Integración Psicomédica.
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2 Comentarios
  • LUCIA BLANCO REJAS
    Publicado el 13:18h, 15 febrero Responder

    Magnifico artículo, detallado al máximo. Totalmente de acuerdo con lo que dices, emociones y necesidades que no son nombradas, experiencias de no «sentirse sentidos, vivir de forma invisible en las relaciones, aprender la auto-regulación porque la co-regulación no se conoció, o no sirvió. Experimentando todo eso que tan bien expones, Ana, difícilmente se podrá crear un subjetividad que proteja.

    Eso si, cuando a través de un proceso terapéutico se va descubriendo «lo sabido no pensado», es verdad que hay momentos de mucho dolor, de sentirse muy vulnerables, pero no es menos cierto que se viven momentos de una gran paz, de una inmensa alegría, Es como que la mente se suelta y se empieza a vivir mucho más espontáneamente, mucho más intensamente, Y es que cuando puedes reconocer qué quieres, quién eres de verdad, sin defensas, cuando vuelves a ti, la intensidad de las emociones te hacen vivir un vida nueva, con tu estilo propio. es como que has descubierto un planeta nuevo.

    Pero para llegar a todo eso es necesario tener un buen acompañamiento, alguien que esté a tu lado, que esté conectado contigo desde lo profundo ayudándote a descubrirlo.

    Mi enhorabuena, Ana, por tus ideas expresadas de forma tan clara
    Lucía Blanco

    • Manuel Paz
      Publicado el 10:21h, 02 marzo Responder

      Muchas gracias por tus palabras Lucía. Describen de una manera muy bella el proceso de reparación de las fisuras de la vinculación. Con un buen apoyo que nos vea y acepte como somos, una base segura, se puede reconquistar mucho de nuestro territorio emocional perdido, o mas bien oculto.

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