La razón última por la que uno se mueve

Retiro de Silencio -Ipsimed

La razón última por la que uno se mueve

Un retiro de silencio con la compañía de uno mismo a través de la compañía de la soledad…

El verano pasado participé en un retiro de silencio cuya duración era de 9 días. La norma era no sólo permanecer en silencio, sino evitar dirigirte a persona alguna de cualquier forma, es decir, evitar las señas o los gestos que permitieran la comunicación, e, incluso, el cruce de miradas que transmitiera cualquier intercambio de información. Lo que se buscaba era la introspección, el encuentro personal, la compañía de uno mismo a través de la compañía de la soledad.

Al décimo día, y como paso intermedio para una transición menos abrupta a la ruidosa cotidianeidad, se nos permitió la comunicación entre los participantes. Es curioso como, tras nueve días de silencio, las conversaciones tienden a la profundización, a lo transcendente, al ahondamiento, a lo filosófico. En una de ellas, un compañero de retiro reflexionaba sobre el motivo último que a uno le mueve, por el cual uno hace lo que hace. En su caso, se preguntaba acerca de la meditación, puesto que esa era la actividad que en ese momento le interesaba. ¿Cuál era el motivo que le llevaba a meditar? Disminuir su estrés, se respondía; y, ¿para qué quería disminuir el estrés? Para sentirse menos nervioso e irascible; y, ¿por qué razón? Para no herir a los demás; y, ¿por qué? Porque eso le hacía sentirse mejor consigo mismo. Y esta era la razón última que él encontraba por la que hacía las cosas: para sentirse mejor consigo mismo.

Siguiendo su razonamiento, quise yo concluir también la razón última que me movía. En mi caso, por tomar algo, me pregunté por la finalidad de practicar yoga. La contestación era mi salud y satisfacción personal, pero, más allá de mi respuesta egoísta, había también un afán generoso, puesto que encontrarme bien de salud y satisfecho conmigo mismo me permitiría a su vez estar más dispuesto a ayudar a los demás. Cuando me hallo pleno de energía sonrío más, soy más altruista con mi esfuerzo, consigo que se cree un mejor ambiente a mi alrededor, tengo más paciencia, soy capaz de una escucha más activa y atenta; es decir, me doy más a los de mi alrededor. Luego, al fin y al cabo, la razón egoísta de sentirme bien y mejorar mi salud se convertía en una altruista: tratar mejor a los demás, generar buen ambiente en mi entorno, estar más dispuesto a ayudar, dar buenas respuestas, tener mejor actitud ante las desavenencias, ser más comprensivo y empático.

Una vez más, me sorprende la complejidad del ser humano donde lo egoísta es razón para convertirse en lo generoso; y donde lo altruista acaba siendo una cuestión de satisfacción personal. Es curioso como ambos conceptos quedan imbricados, se interrelación, se retroalimentan mutuamente, conducen el uno al otro en una simbiosis ilógica, pero real y hasta evidente: si yo estoy bien, será más fácil que pueda ayudar a los otros; si ayudo a los otros, me voy a encontrar mejor conmigo mismo, me voy sentir bien; y vuelta a empezar.

¿Y cuando estoy mal? Cuando la sombra de la depresión se cierne sobre mis emociones, acecha con su negatividad mis pensamientos, abate con su desgana y un inexplicable cansancio mi cuerpo, ¿cómo salgo de ese otro círculo vicioso? No estoy bien, soy un desastre social, trato mal o evito al prójimo, contagio mi tristeza o mi mal humor, los demás reflejan mi estado de ánimo y me lo devuelven, me hacen sentirme todavía peor, y de nuevo una vuelta más detrás de otra en una espiral de desazón, mal ánimo y peor compañía para el resto. ¿Por dónde comienzo? ¿Voy a lo egoísta, a cuidarme a mí mismo, a hacer lo que me gusta, lo que me resulta satisfactorio y me olvido de lo que piensen los otros? O, ¿intento ser generoso, pruebo a ayudar a los de mi entorno, o me apunto como voluntario, o trato de sonreír, de ser educado, de tener buena actitud?

Supongo que la respuesta es:

Da igual, no importa por dónde empezar, el caso es dar el primer paso, y, sobre todo, no quedarse anclado ni en lo egoísta, ni en lo altruista; que lo uno fluya a lo otro, que tu felicidad no te lleve a despreciar la de los de tu entorno, que el ayudar a otros no te haga renunciar a tu propio cuidado; al contrario, que ambos se mezclen, que tu satisfacción personal te lleve a buscar la de los otros, que el bienestar y la felicidad de los demás te alegren, te hagan crecer, sentirte bien contigo mismo, buscar la tuya.

Sólo una última cuestión de la que me he dado cuenta con la edad: no hace falta ir muy lejos para encontrar alguien a quién tratar bien, a quién echar una mano, con quién empatizar, a quién comprender, escuchar, a quién demostrar compasión, a quién sonreír, dedicar palabras amables, expresar cariño. Tan solo hay que echar un vistazo alrededor. Y así, ¿quizás por una razón egoísta?, sientes plenitud.

Francisco Rodríguez

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1 Comentario
  • Ridi Pagliaccio
    Publicado el 22:18h, 19 mayo Responder

    Hola

    Cuando lo eterno es lo único que existe, la vida da un sabor único, con una sola bala en el cargador. Si la cosa se trunca y algo sale mal, ahí está la muerte. Dentro de ese movimiento, no moverse da posiblidad de observar lo estático.

    El Uno, desde mi experiencia, hace referencia a la disolución de lo que se cree que es para reconocer las cosas tal cual son. Esa disolución rompe la condición del observador desde su etiqueta. El ejercicio de atención es en realidad sobre el dominio del lenguaje para desintegrar la relación de amo/esclavo. Cuando el ser es llevado por su lenguaje, es sometido por su propia herramienta, sus pensamientos y deseos, siendo esclavo de sus creencias porque tiende a ser encarcelado en sus etiquetas y protocolos de acción, consecuentemente, es gobernado por un sistema de control externo de etiquetas, es decir, con la necesidad imprescindible de un intermediario.
    Por ésta razón se producen interferencias que molestan y torturan al ser, con un desperdicio de energía y tiempo. Las etiquetas son sensibles a las palabras y se protegen al existir el miedo a la muerte. Ese es el signo y señal de que se posee una vulnerabilidad, distorsión o interferencia.
    Por ésta condición se genera relatividad, desde donde no se diferencia bien entre la ficción y la realidad, entre la verdad y la mentira, o entre el bien y el mal, siendo una ficción legal y técnica la que engloba a todas las creencias en una red global.
    Básicamente, toda patología está ligada y es consecuencia de una forma de esclavitud. En este sentido, los gobernados siguen el mito del martirio en el infierno para llegar a un paraíso fuera de éste mundo. En el mito existen agentes lógicos que dan escarmiento con tributos y sacrificios por los pecados del hombre. La muerte entonces, se convierte en salvación por lo que se activa el proceso y se da permiso a los agentes según les sea conveniente. Es decir, según la creencia, la verdad esta fuera del ser, por lo tanto, está fuera de este mundo. Al ser susceptible a las ilusiones de las ficciones se dejan llevar por ellas quedándose en una cueva. Por este hecho, las soluciones pasan por el filtro del relato para ser acomodadas a la etiqueta de ser, dentro de la cueva.

    Este es un estigma que carga la humanidad, de los pueblos vulnerados y sometidos mediante su lenguaje por la fuerza bruta, y se reproduce en cada núcleo familiar en mayor o en menor medida.
    El amo desplaza al yo hacia la periferia generando la sensación de dualidad manifestado en/con el cuerpo y el ambiente. En ese centro instalaron un Ente llamado Dios que es el ancla de gobernanza. El ente muta con diferentes variantes ideológicas de autoridad y omnipotencia entre blancos y negros. De esta manera el formato creativo queda condicionado para el ser, mientras se da rienda libre creativa para el ente que mantiene el orden. Es básicamente un virus ideológico.
    La lógica de ocupar el centro creativo, como el espacio de Dios, deja al ser todavía a merced de las creencias de las etiquetas reducidas a lo que es un Dios y un hombre, y por esta razón, al no experimentar plenamente la vida como humano, y pretendiendo en deuda ser algo más como superior, juega en las dualidades con lo inferior, volviendo a vulnerarse y desplazarse hacia la periferia. Es una disonancia cognitiva que reduce el sentido común. El esclavo no sólo puede transformarse en inferior, víctima y en masoquista, sino que al intentar la liberación desde la represión de la condición se convierte lógicamente en lo contrario. Las relaciones humanas se infectan de esta manera constituyendo una tolerancia como puente paliativo hacia el respeto como estado natural, es decir, hacia una consecuencia espontánea que no necesita ser enunciada ni clarificada por evidente. Tolerar es sumisión anulando un aspecto de fuerza y defensa del ser, cuestión que incide físicamente. Ningún aspecto del ser es negativo, inclusive el ánimo de destrucción, ya que posee una función clara pero con el foco invertido por la dualidad. Las personas poseídas por sus etiquetas terminan por destruir a otras etiquetas desde la confusión de lo invertido, al no distinguir la ficción de la realidad, extinguiendo al ser que la habita, incluido a sí mismo.
    Aquí puede observarse el programa de dar la otra mejilla como absoluto estático, ignorar, porque se desatiende y se confunde la señal se distorsión con una orden.
    El movimiento lógico de la creencia del Uno, rompe toda frontera con los seres y cosas, amalgamando en una masa sin sentido. Pero el ser es con lo seres, cosas y su escenario, siempre, y el ser posee una esencia única con unas formas y caractrerísticas con las cuales es identificado. La uniformidad y homogeneidad desde las creencias siempre cumplen con un propósito de gobernanza. Aquí habla el mito de Sísifo.
    Por este hecho existen percepciones de libertad diferenciadas, y mas arraigo cuando la etiqueta cumple con su deber dentro del sistema artificial, confundido con el natural.

    Pensar con palabras es ordenar y proyectar en un plano de dos dimensiones. Lo que obliga a obedecer una linealidad de tiempo y espacio. En un plano juegan las lógicas booleanas que reducen todas las variantes posibles para que pasen por una puerta prestablecida y condicionada. Desde los sueños lúcidos, premonitorios o experiencias fuera del cuerpo se puede verificar la elevación y salida de ese plano en donde se vislumbran las trayectorias lógicas del formato y los símbolos de lo ignorado. Este espacio recreativo es una copia fiel del mundo real, y clarifica que siempre estamos en casa sobre una base universal que dice Si a todo, inclusive a las cosas más aberrantes. Por esta razón el ser humano programado se hace muy predecible y útil para una gobernanza de masas.

    El arte es fundamental porque no necesita del filtro de las palabras, ya que utiliza la información vital del ser y su esencia como materia prima, y a los lenguajes como herramientas. No existen malas palabras, solo la creencia añadida, pero lo peor son las creencias en palabras que no existen en la realidad.

    Las creencias deben estar al servicio del ser para propiciar el desarrollo y manifestación del ser creativo. La creencia es provisoria, debe ser modificada, cambiada o descartada considerando que la vida es movimiento. Las ficciones son los objetos estáticos y definidos como absolutos, evocados y movilizados únicamente por el creyente.
    No solo cada día es diferente y trae una oportunidad o nueva vida, sino que cada instante lo es.

    ¡larga vida al rock and roll!

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