Comprender el lenguaje no verbal de nuestros pacientes

Comprender el lenguaje no verbal de nuestros pacientes

Nuestras primeras experiencias infantiles, las que conforman la base principal de nuestra mente, sucedieron cuando aún no habíamos adquirido el lenguaje verbal. Por tanto, la huella que dejaron esas vivencias ha quedado registrada a modo de representaciones, reglas y modelos que no pueden recuperarse lingüísticamente.

Para poder modificarlas, cuando nos hacen sufrir o son muy rígidas, debemos recurrir a ellas. Esta es una de las tareas más importantes y delicadas que debemos acometer en terapia.

Al ser la terapia un acto fundamentalmente verbal, no nos deja acceder del todo a esas experiencias utilizando únicamente la palabra. Aquí es donde atender a lo no verbal se hace imprescindible, para poder profundizar hacia esas huellas que han marcado nuestro cerebro y nos hacen en el momento presente pensar como pensamos, sentir como sentimos.

Lograr hacer consciente a la persona de que eso se puede cambiar y que, a través de un nuevo vínculo con el terapeuta, pueden aparecer otras perspectivas, otras formas de ver la realidad, es el objetivo principal de nuestro trabajo en la consulta.

Estos modelos funcionales, aunque no con facilidad ni rapidez, pueden actualizarse; la experiencia inicial establece pautas estables, no estructuras rígidas. Para ello, hemos de ayudar a la persona a recuperar momentos importantes – o recurrentes – que dejaron un gran impacto en su mente, pero de los que aún no es consciente.

Muchos pacientes -como muchos de nosotros-, padecen lo que el psicoanalista Philippe Bloomberg ha descrito como “islas” de trauma y disociación, cuyo impacto y significados son inicialmente no verbalizables.

Los terapeutas deben encontrar modos de abordar tales experiencias traumáticas, si quieren mitigar sus efectos destructivos. Muchas veces estos episodios incapacitan a las personas para que los cambios se sucedan o se afiancen definitivamente.

Para clarificar un poco esto, recordaremos que existen dos tipos de memoria:

1. LA MEMORIA EXPLÍCITA: El “Qué”. Son los recuerdos que afloran a nuestra mente de forma consciente. La información a la que accedemos de forma simple y automática.

2. LA MEMORIA IMPLÍCITA O TEMPRANA, PROCEDIMENTAL: El “Cómo”. Respuestas emocionales, patrones de conducta y habilidades.  Son los recuerdos que determinan nuestra forma de estar con los demás y con nosotros mismos, lo que esperamos de los vínculos.                                                                      

Para poder acceder a este tipo de información, debemos tener la capacidad de captar el subtexto no verbalizado de la conversación terapéutica.

Un niño puede saber de forma implícita que su llanto hará que su cuidador/a aparezca para calmar su angustia, lo que le llevará a generalizar o esperar que su llamada de atención sea correspondida con una respuesta de consuelo por parte de los otros, que durará hasta su edad adulta.

Pero muchas veces no sucede así, y muchas de las personas que acuden a la consulta, no han vivido esta experiencia sino su contraria: un rechazo, un abandono, un ataque de ira, una figura de apego deprimida que no atiende a su demanda…

Aunque la persona no describa estas vivencias de forma concreta, dando la información de palabra, podemos descifrar que algo de esto ha pasado observando la comunicación no verbal: el tono de voz, la mirada, los gestos al hablar, la respiración más o menos superficial, la postura más o menos abierta, etc.

Las emociones están en el cuerpo, no solo en la palabra. Y saber cómo es la relación de la persona con su cuerpo también nos va a dar información de  qué puede estar pasando en su parte no consciente.

Para favorecer a la persona el contacto con su cuerpo podemos hacer preguntas del tipo: ¿Cómo está tu cuerpo ahora? ¿Qué sensaciones físicas tienes en este momento? Poder ayudar a sostener estos síntomas, así como a tomar conciencia de los mismos, puede dar pistas acerca de las emociones que las provocan, pero que a lo mejor están muy bloqueadas y reprimidas en el paciente, que no se siente aún preparado para hablar de ello.

También podemos reflejarle lo que estamos viendo, de manera respetuosa, sin hacerle sentir juzgado: “He notado en las ultimas sesiones que cuando hablamos de este tema bajas mucho el tono de voz. ¿Es por alguna razón? “. “Siento que no cruzamos mucho las miradas. ¿Te cuesta normalmente mantener el contacto visual? ¿Cómo te sientes cuando nos miramos aquí en las sesiones?”

A partir de aquí, puede comenzar una conversación en la que el paciente aporte información nueva de la que tal vez ni él mismo era consciente, o que considera como absolutamente normal. Y lo que está sucediendo en el momento presente puede ser una repetición de lo que a esta persona le pasaba con sus figuras de apego desde pequeño y con sus vínculos afectivos en el momento presente, que ha normalizado por completo y que no le ayudan a avanzar en sus dificultades. Analizar estos aspectos puede ayudarle a añadir nuevas formas de funcionar en su repertorio. Y además, generar un lazo de comunicación con el terapeuta que pueda constituir una experiencia reparadora que genere esperanza de cambio y mejora.

Ipsimed
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Equipo multidisciplinar dedicado al tratamiento de la salud mental mediante la Medicina Psicosomática, la Psicoterapia y otras actividades complementarias como el Mindfulness y el Teatro

Isabel Pintor
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Psicóloga Psicoterapeuta en Ipsimed, Integración Psicomédica.
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Ipsimed Integración Psicomédica
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