16 Jul El secreto de una sana autoestima
La autoestima es un concepto que, hoy en día, utilizamos continuamente, digamos que se ha puesto de moda. Podría darse por hecho que todos nos apreciamos y valoramos a nosotros mismos, pero en la práctica no parece tan sencillo. La autoestima no tiene que ver con la inteligencia, el nivel cultural, el nivel socio-económico, el sexo o la edad. Tampoco existe nadie con carencia total de autoestima, ni tampoco con la autoestima totalmente repleta.
La autoestima tampoco es siempre igual en la misma persona, fluctúa, incluso en las personas que en general gozan de alta autoestima. Un conferenciante de éxito puede verse afectado en su autoestima tras una exposición o disertación por diversas razones: por la existencia de poca afluencia a su charla, si ha estado distraído, si se olvidó su material, si se ha sentido poco fluido o si se ha quedado afónico.
Me pueden querer mi familia, pareja o amigos, y a pesar de ello no quererme yo mismo/a. Puedo proyectar una imagen de seguridad y aplomo que engañe prácticamente a todos; y, por el contrario, temblar secretamente por sentirme inseguro e inadaptado.
La autoestima está arraigada en las operaciones mentales internas y no tanto en los éxitos y fracasos externos.
¿Qué es la autoestima?
Pero, en primer lugar, ¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de autoestima? No hay que confundirla con el autoconcepto. Este alude a la comprensión que tengo de mí mismo. Es una visión más cognitiva y racional; es una creencia que construimos sobre nosotros, si bien también está basada en nuestra propia experiencia integral. El concepto del yo no es otra cosa que una construcción de la mente.
Este autoconcepto estaría integrado por varios aspectos: lo material (lo que poseo y tengo), lo corporal (mi cuerpo), lo social (lo que los otros opinan de mí), y lo personal (mis rasgos, habilidades y capacidades). En definitiva, el autoconcepto es la conciencia que tengo de mí mismo/a, la identidad que me diferencia de los demás. Es responder a la pregunta: ¿quién soy yo?
La autoestima sería el corazón del autoconcepto. Dar un paso más allá y darnos cuenta de cómo valoramos ese concepto que tengo de mí mismo. Y hace que nos preguntemos: ¿Cómo me relaciono conmigo? ¿Soy amigo de mi mí mismo? Es, pues más bien un sentimiento, un juicio de valor emocional. Consiste en el aprecio de sí mismo, en el amor de sí, aunque sea dentro de mis limitaciones y defectos, de los que me hago responsable. Y también podemos rastrear en ella áreas de desafecto y desamor hacia uno mismo.
Se ha descrito la autoestima como el «sistema inmunológico del psiquismo”: cuando la autoestima es baja, hay menos recursos humanos para hacer frente a los retos de la vida, sean los desafíos propios o los que me plantea la sociedad.
La autoestima, en definitiva, alude a cómo es la relación que establezco conmigo. Se puede simplificar reduciéndolo a tres formas de hacerlo:
- Desconocerme o no entenderme: “No sé quién soy”; “No sé lo que me pasa, ni lo que necesito, ni lo que siento,…”; “No me entiendo a mi mismo”.
- Rechazarme: “No me gusta mi cuerpo” “No voy a hacer bien el trabajo”; “Por mucho que me esfuerce me voy a equivocar seguro”; “No valgo para esto”; “Tiene que salirme perfecto (Perfeccionismo); “Los hay mucho mejores que yo” (Sentimiento de inferioridad).
- Querer conocerme y aceptarme: “Reconozco serenamente aspectos desagradables de mi forma de trabajar”; “Me responsabilizo de mis actos y equivocaciones sin sentirme culpable”; “Sé cuales son mis talentos y cuáles mis limitaciones”. Esta última sería una autoestima sana, que nos aportaría una base sólida para relacionarnos con los otros y con las situaciones complicadas que aparezcan en nuestra vida.
¿Cómo se construye la autoestima?
Hasta 2 años vivimos en contacto total con nuestro organismo. El bebé está en contacto directo con sus necesidades más básicas, tratando de satisfacerlas. Su valoración no va más allá de «me gusta» o «no me gusta” y está incluido tanto lo físico como lo emocional, que están muy unidos.
A partir de los 2 años y medio, aparece la necesidad de autoafirmación y la primera idea del yo, aunque aún no tiene un contenido psicológico; surge como consecuencia de las valoraciones de las personas significativas hacia el niño, de sus figuras paternas cercanas.
Estas apreciaciones no fueron emitidas únicamente a través de las palabras, sino también a través de la comunicación no verbal. Es como si el yo se construyera en espejo: lo que me dicen, las valoraciones que hacen de mí, las reacciones ante mis conductas.
Muchas personas no se sienten dignas de ser queridas, porque durante su infancia no se sintieron valoradas. Por eso es tan importante educar en una edad muy temprana en una autoestima sana y positiva. Será mucho más complicado reconstruir esta autoestima en la edad adulta.
¿Cómo mejorar nuestra autoestima?
Pero podemos mejorar nuestra autoestima, y podemos modificar esa relación que tenemos con nosotros mismos. Aquí van algunas pautas para ello:
- Detectar cuáles han sido los mensajes que nos dijeron en casa de pequeños, los amigos, en el colegio, la sociedad: “No vales, eres tonto, no sirves, nunca hablas, no sabes, no entiendes, eres peor que… etc”… Trata de analizarlos objetivamente y ver si hoy en día sigue vigente.
- Reestructurar la manera de pensar. Pensamiento irracional: «Tengo que hacer bien todas las tareas» (es el caso de los perfeccionistas). En principio, esto es imposible, ya que todos tenemos límites. Entonces, hay que cambiar la frase: «Pues no, me doy permiso para hacer algo mal». Hay que cambiar dicha idea.
- Desarrollar habilidades específicas de las cuales carezco; por ejemplo, no sé suficiente inglés y lo tengo que utilizar; no sé escuchar y soy asesor; no sé bailar… Entonces, se puede tomar un curso, aprender, etc.
- Trabajar ciertas emociones, como por ejemplo, la culpa: ver de dónde viene (una educación autoritaria, una conciencia escrupulosa, etc.) y cómo superarla. Éstas y otras emociones se trabajan en profundidad en terapia. Ser sensible y aceptar los propios deseos. A veces cuando me doy cuenta de lo que deseo, me escandalizo. Conviene darse cuenta de esos deseos, no rechazarlos y dialogar con ellos. No hay que cortar las cosas, sino integrarlas.
- Aumentar la asertividad: Este sería el capítulo de un nuevo artículo, ya que es un tema amplio, cuya base radica en la autoestima, pero que supone una de las habilidades sociales más importantes para relacionarnos con los otros. Se podría resumir en estos cuatro puntos:
- Saber decir que no.
- Pedir lo que necesito.
- Responder ante un ataque.
- Expresar sentimientos.
A título de sugerencia, te puedes inspirar en las siguientes palabras, que aporta el autor de ‘Sentirse bien’, David Burns:
«Aspira a hacer las cosas bien, no a la perfección. Nunca renuncies al derecho que tienes a equivocarte, porque si no, perderás la capacidad de aprender cosas nuevas y de avanzar en tu vida. Recuerda que el miedo siempre se oculta bajo las ansias de perfección. Encarar tus miedos y permitirte a ti mismo el derecho a ser humano puede, paradójicamente, hacerte una persona muchísimo más fecunda y feliz”.
Aceptarse a uno mismo tal y como se es, aprender de los errores y reconocer los aciertos, es la base para una vida plena.
“El amor a los demás y el amor a nosotros mismos no son alternativas opuestas.
Todo lo contrario, una actitud de amor hacia uno mismo se hallará en todos aquellos capaces de amar a los demás“. Erich Fromm
Isabel Pintor
Psicóloga Psicoterapeuta en Ipsimed, Integración Psicomédica.
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