Por sorpresa, un repartidor con indumentaria de motorista, acolchada cazadora azul, enorme casco en la cabeza, con visera levantada que deja ver su rostro observador, se hace notar; no pasa desapercibido. Irrumpe con un paquete en la diáfana tercera planta; donde me encuentro.
-¿Qué trae? Nos preguntamos con expectación.
Al abrir el paquete, de una prestigiosa familia confitera de Madrid (aunque eso es lo de menos) … ¡¡¡¡Sorpresa!!! Una tarta de frambuesas, fresas, crema pastelera, plancha de rico chocolate y azúcar tostadita. Dos velas portaba. Un nueve y un dos.
– ¿Cuántas luces prendidas a lo largo de tantos años?
– ¿Cuántos momentos en este tiempo?
De todo habrá habido. Por tantas cosas habrá pasado, superado, sentido, vivido, momentos de felicidad también…
Imagino, a modo de secuencia de película, su larga vida; su camino por ella. Y pasa por mi mente; que parezco ver con mis ojos. Por un breve momento, me transporto a otra época, a la suya, a la que vivió.
Es su cumpleaños y lo quiere celebrar con nosotros. Le gustaría que soplemos con ella, en la distancia, sus velas; las que no puede apagar con nadie, porque todos ya se fueron. Pero tiene un botón, de color rojo.
Y así se hace.
Una foto recordará el momento, será nuestro regalo.
Seguro que habrá todavía algún deseo que pedir…
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