La lactancia y el mundo interno del bebé

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La lactancia y el mundo interno del bebé

La lactancia y el mundo interno del bebé desde mi enfoque como madre y psicóloga

Estas son unas pequeñas reflexiones que partieron de mi reciente maternidad, y consecuente año de lactancia, en el que te da mucho tiempo para pensar y divagar, así como de la lectura de un libro de Joan Coderch titulado ‘Teoría y técnica de la Psicoterapia Psicoanalítica‘.

Esto de la teoría psicoanalítica, era y sigue siendo, una asignatura pendiente en mi carrera como psicóloga. El ‘inconsciente’, negado durante muchos años por los conductistas con los que me formé en la universidad, es una cuenta pendiente que tengo y que cada día me resulta más interesante y real. Digamos que es donde se juntan el arte y la ciencia, la psicología y el teatro, que son mis dos pasiones y fuentes de inspiración.

En fin, como iba diciendo, me detendré sobretodo en la primera parte del libro, que habla de las relaciones objetales y el mundo interno. Entiéndase como relaciones objetales aquellas primeras experiencias que tenemos con ‘objetos humanos’, que son personas o partes de personas o imágenes (a veces distorsionadas), de personas significativas para nosotros que configuran nuestras estructuras mentales. Estas estructuras que nos van a servir para construir nuestra idea de la realidad, se van a ir conformando durante nuestros tres primeros años de vida y va a ser definitiva para nuestro futuro.

Lo primero que me llama la atención de este libro, es la importancia que le da al contacto humano como necesidad, más allá de las físicas, para poder subsistir desde que somos bebés.

Es increíble leer acerca de los estudios que se han hecho y que han dado como conclusión que un bebé, si no recibe amor y cariño, aunque reciba alimento, puede dejar de luchar por la vida y morir.

Tras haber dado a luz hacía siete intensos meses, me interesaba mucho comprobar en la práctica todo lo que aquí se decía acerca de las relaciones objetales, desde los primeros años de la vida de los seres humanos y cómo estas van determinando nuestra personalidad. Por esta misma razón había empezado a leerme otro libro que cayó en mis manos, titulado ‘El primer año de vida del niño”, de René A. Spitz, cuyo enfoque psicoanalítico llamó mi atención ya que lo que había leído hasta ahora había sido más general y práctico. También reconozco que me daba mucho vértigo saber que, las fantasías de mi bebé, las imágenes internas que van a configurar sus vínculos con el mundo que le rodea, en las que yo figuraré como principal antagonista de la historia de su vida, serán las causantes de un posible trastorno psíquico o distorsión de la realidad en un futuro. Eso es lo que plantea el psicoanálisis, y siendo madre lactante, me leía todo lo que caía en mis manos devorándolo.

Comprobé con ternura como mi hija se encontraba en la etapa pregenital de su desarrollo del self, para quien yo no era ni más ni menos que ‘un imprescindible proveedor de satisfacciones’, cuando reclamaba en su llanto una atención vital e inmediata que una vez cubierta, se transformaba en una sonrisa realmente auténtica y conmovedora. Aún era un poco pronto, pero nuestras órdenes y prohibiciones irían formando su ‘superyó’, pasando por una resolución del Complejo de Edipo y acabando en una identificación con la función parental. De momento, incapaz de valerse por sí misma, mi hija conseguía que, con su llanto fuera yo la que me identificara con ella para satisfacer sus necesidades.

Parece ser que la primer fantasía que el bebé internaliza en su mundo interior, valga la redundancia, es el pecho de la madre (idealizado o perseguidor), ya que la madre es el primer objeto con el que tiene relación. Poco a poco el mundo interior del bebé se va llenando de nuevos objetos: madre (aparte de su pecho), padre, abuelos, osito de peluche… La relación con ellos a veces puede ser una fuente de ansiedad, temores o sentimientos de desamparo. Estos objetos van siendo asimilados por el ‘yo’, o permanecen como objetos internos separados. Cuando el bebé no consigue obtener el pecho de la madre para calmar su hambre, aparece la frustración de la pulsión. El pecho se convierte en un objeto amenazador, con lo cual esta fantasía da lugar a una serie de mecanismos: la internalización, la incorporación, la introyección y la proyección. Todos ellos tienen como objetivo llegar a realizar la fantasía.

Durante este estadio, el lactante no se diferencia a sí mismo de lo que le rodea y percibe el seno que lo alimenta como parte integrante de su propia persona. En efecto, yo he podido comprobar este fenómeno al observar como Maya lo manipulaba a su antojo para la obtención de la leche, con cierta brusquedad a veces, sintiéndolo como suyo. En algunos casos, hablando con otras mamás, este jugueteo con el pecho puede llegar a ser muy doloroso, lo cual frustra mucho a la madre y puede llevar a abandonar la lactancia.

Otro fenómeno que me parece muy interesante y frecuente, sobretodo en los adultos, es el de la ‘proyección’, que define Coderch como ‘un mecanismo de defensa del yo, consistente en la procura, por parte de éste, de liberar al organismo de las tensiones dolorosas, atribuyendo las condiciones psicológicas que las originan a quienes rodean al sujeto’. Me temo, por tanto, que en la relación madre-hija este fenómeno debe darse de una forma intensa y común… a la par que inconsciente. Yo ya creo ver cosas en Maya que me recuerdan a mi misma, algunas que detesto de mí y otras que considero importantes y válidas, proyectándome en ella como si de un espejo en miniatura se tratara. Así mismo, ella también proyecta en mí sus deseos y emociones, que yo trato de satisfacer a la mayor brevedad posible. Su carga expresiva en esos momentos me remueve y moviliza enormemente.

Desde muy temprana edad, el bebé y sus impresiones empiezan a construir un mundo interior, partiendo de lo externo pero diferente a él, puesto que tiene que ver con las propias percepciones del bebé. Es así como crean dos mundos paralelos, dos conceptos distintos: el mundo exterior y el mundo interior.

El concepto de salud mental estaría directamente relacionado con la capacidad de discriminar entre estas dos realidades, la externa y la interna.

Muchas personas experimentan el mundo exterior de manera deformada por la fuerza de sus emociones; se comportan como si el mundo externo fuera de la misma manera en la que ellos lo ven en su mundo interior, lo cual puede acabar provocando en los otros ese comportamiento tan temido por ellos. En el caso de las personas con una buena salud psíquica, las experiencias positivas han ido suavizando estas emociones y devolviendo a estos sujetos un estado más neutro. La importancia de este mundo interior pasará a ser muy palpable cuando, a través de la terapia investiguemos las razones por las cuales sentimos ansiedad o miedos aparentemente inexplicables.

Pues en eso estamos, en tratar de que nuestra pequeña Maya sufra la menor ansiedad posible en sus primeros años, aunque como bien decía Freud, a colación de la educación de los hijos: «Da igual lo que hagas, de todas formas estará mal.»

Sabiendo esto, pues lo mejor es relajarse y disfrutar del momento presente, que ya es mucho…

Isabel Pintor
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Psicóloga Psicoterapeuta en Ipsimed, Integración Psicomédica.
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Isabel Pintor
isabel.pintor@ipsimed.com

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