Inevitable Soledad

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Inevitable Soledad

La soledad, inherente al ser humano

Queramos o no, todos la hemos sentido alguna vez.

Podemos haberla sentido solo unos minutos, un día, una semana o incluso una larga temporada. Podemos haberla buscado, padecido, anhelado y disfrutado o quizá hayamos tenido que huir de ella en más de una ocasión.

Puede que ahora, en este momento que atravesamos, la estés sintiendo más que nunca o la estés viviendo de una manera nueva y sorprendente. Lo que está claro es que de cualquier modo o forma, la soledad es algo inherente a nosotros, al ser humano.

El momento del confinamiento ha conllevado un severo aislamiento donde la soledad ha adquirido un peso importante. En esas circunstancias, y ahora, con la sensación persistente de amenaza e incertidumbre, añoramos más que nunca el contacto con los otros, su presencia y su cercanía.

Cuánto echamos en falta esos gestos, miradas, o paseos que solíamos compartir. Es también ahora cuando más necesitamos sentirnos vistos, valorados y tenidos en cuenta, no sólo por nuestros seres queridos, amigos y familia sino por nuestra comunidad y sociedad en la que vivimos .

Estas palabras pretenden llegar y acompañar a todos aquellos que durante este periodo de pandemia perciben la soledad intensamente, notan lo duro que es convivir con ella y experimentan de primera mano lo vulnerable que puede hacernos sentir la magnitud de este sentimiento. Tampoco queremos olvidar a todos aquellos que la sienten desde mucho antes, y que quizás hayan perdido la esperanza de que este sentimiento cambie en ellos. Queremos ante todo que se se sientan reconocidos, tenidos en cuenta y no olvidados.

Somos conscientes de que la sombra de la soledad es alargada y entendemos que en muchos casos hay quienes la han sentido tanto tiempo que simplemente no quieren volver a mirarla de frente. Y es que la soledad nos hace sentir vulnerables, desnudos, es como un espejo en el que se reflejan nuestras faltas, pérdidas, añoranzas.

Con frecuencia tratamos de evitarla y nos llenamos de ruido, distracciones, actividades que nos ayudan a sobrellevar el momento sin siempre conseguirlo, pero volvemos a sentirla cuando nos detenemos.

Con frecuencia asociamos la soledad al silencio y la incomunicación y podemos llegar a pensar que hoy en día es difícil tener este sentimiento debido a todas las plataformas, pantallas y espacios virtuales que nos permiten estar conectados de forma permanente. No obstante, a pesar de todas las herramientas que tenemos a nuestro alcance podemos seguir sintiéndonos solos.

Pero seguramente no todos la experimentemos de la misma manera. El paisaje de la soledad se compone de una amplia gama de colores y sus efectos dependen en gran medida de cómo los vive cada persona. En algunos casos puede que se trate de una soledad más de tipo físico, en otros quizá más de tipo social o emocional. Factores como la edad, la salud, la situación económica o la personalidad influyen también en el efecto que esta pueda ejercer en la persona.

Algunos datos sobre la soledad

Detengámonos un momento para definir qué es la soledad de manera más concisa. La RAE hace referencia a “una carencia voluntaria o involuntaria de compañía”. De acuerdo a esta definición podemos resaltar dos características fundamentales de la misma: la compañía y la voluntad.

Con respecto a la primera, podemos decir que a lo largo de nuestra historia tanto la pertenencia a un grupo social como la interacción con otras personas han constituido elementos indispensables para la protección, seguridad y el desarrollo de nuestra especie. En otras palabras, cuando somos pequeños precisamos de cuidado, protección, alimento y resto de necesidades básicas. Sin embargo a medida que crecemos y maduramos logramos mayor autonomía e independencia. No obstante, a lo largo de nuestra vida seguiremos sintiendo esa necesidad de mirar y estar en conexión con las personas que nos rodean. Y es que con su presencia no solo conseguimos compañía, sino que construimos lo que vemos y lo que somos.

Diversas teorías psicológicas apuntan a la pérdida o abandono de la ‘figura de referencia’ para referirse a la soledad. Desde esta perspectiva parece asociarse a lo que sentimos cuando algo desaparece; pero no tiene que ser consecuencia de esto únicamente. En ocasiones la soledad puede remitirnos a una sensación de ‘vacío’ que resulta difícil de identificar. En esta línea, autores como Peplau y Perlman, abordan el concepto de soledad refiriéndose a lo que el individuo siente cuando existe una distancia entre las relaciones que desea y lo que realmente tiene. En resumen, que en este engranaje de construir la soledad, la calidad de las relaciones también juega un papel esencial.

Robert Weiss, el teórico por excelencia de la soledad, estableció la diferencia entre soledad emocional y soledad social.
La primera representa la ausencia de relaciones afectivas con otras personas. Esta idea, que también fue desarrollada por otro afamado teórico, Bowlby, indica que desde nuestra niñez buscamos vincularnos con nuestras figuras de referencia, como son nuestros padres, abuelos u aquellas personas que nos crían. Después a medida que vamos creciendo ampliamos este vínculo hacia otras personas que comparten nuestra vida, como los amigos o la pareja. Sin embargo cuando estas figuras se pierden, entre otros sentimientos emerge la soledad.
La soledad social, en cambio, se encuentra más unida a la calidad y cantidad de relaciones sociales que tiene una persona. Esto también tiene que ver con el sentimiento de integridad y pertenencia a una comunidad o red.

Es evidente que la soledad tiene un peso importante para nuestro bienestar y que se habla de ella como uno de los males de la sociedad contemporánea. Tanto es así, que Reino Unido fundó hace unos años el primer Ministerio de la Soledad. Los datos indican que su sociedad se ve afectada en un 13,7% por este sentimiento.
A su vez, en un artículo de El País de 2018 se indicaba que “la New Economics Foundation estima que el coste en Reino Unido del aislamiento de las personas en edad laboral es de 2.500 millones de libras (2.800 millones de euros) al año» También que a largo plazo, la London School of Economics (LSE) preveía que los mayores de 55 años que padezcan soledad crónica supondrán un coste de 6.000 libras anuales por persona a los servicios de salud.

Pero en España los números no son tan diferentes. Un equipo del Centro de Análisis Sociológicos, Económicos y Políticos, ofrecieron datos que reflejaban como 1 de cada 10 españoles admitía sentirse solo con frecuencia. Juan Díez y María Morenos, autores de dicho informe, afirmaban que el 50% de la población admitía haber tenido que lidiar con este sentimiento en el último año.
Existen a su vez, diversos estudios que establecen una estrecha correlación entre soledad y salud.

La catedrática de Sociología, María Teresa Bazo, ya en el año 1989 señalaba en uno de sus estudios que «La percepción de nuestra salud se ve influenciada por el sentimiento de soledad. De tal forma que, los que se sienten más solos son los que además se sienten más enfermos.»

En esta misma línea, investigadores del Instituto Tecnológico de Massachusett (MIT) han descubierto que el aislamiento social agudo causa señales de deseo neuronal en el cerebro similares al hambre aguda.
Con todo ello, no es casualidad que durante el distanciamiento social involuntario que vivimos, podamos sentir diversos síntomas que guardan relación con el dolor fisico, emocional o social que nos produce estar aislados.

¿Podemos hacer algo?

No podemos cambiar de la noche a la mañana como somos y por ende como sentimos la soledad, pero quizá si emprender acciones que nos ayuden a llevarla de otra forma y nos ayuden a cambiar nuestra relación con ella.

  • Una buena manera puede ser cambiar nuestra perspectiva sobre ella y formularnos preguntas en torno a sus beneficios o enseñanzas.
  • Algunos autores señalan que es en soledad donde crear, sentir y pensar con libertad resulta más fácil.
  • Otros ven en ella una oportunidad para conocerse mejor, o encontrarse a sí mismos. Gustavo Adolfo Bécquer decía que la soledad es el imperio de la conciencia. Quizá abrirnos a ella nos permita escucharla y sintonizar con ella desde otro lugar.

La situación actual nos ofrece una oportunidad para detenernos, para aprender a parar, para conectar con nosotros mismos, dedicando tiempo a actividades que nos apetezcan y para las que antes no encontrábamos oportunidad, como: escribir, ver películas, series, pasar tiempo con la familia, hablar con nuestros seres queridos más a menudo, sin prisas ni agobios, dedicando mayor tiempo a conversar. Y es que tal vez parte del secreto para sentirnos un poco menos solos resida en estar más a gusto con quienes somos, hacer menos cosas pero de mayor calidad y priorizar en aquellos de nuestros contactos que nos llenen más y potencien nuestro bienestar.

Quizá ahora, en este periodo de cambio, resulte un buen momento para entender y comprender mejor qué es sentirse solo; quizá esto suponga un impulso para ayudarnos unos a otros, poniendo en valor que debemos pasar a la acción para no estar solos, acordándonos y ayudándonos unos de otros, y ampliando de esta forma nuestra red y nuestra comunidad.

Ojalá todo esto nos ofrezca una oportunidad para no sentirnos tan solos, para sentirnos más acompañados.

Autores: Guillermo Myro y Ester Lara

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Equipo multidisciplinar dedicado al tratamiento de la salud mental mediante la Medicina Psicosomática, la Psicoterapia y otras actividades complementarias como el Mindfulness y el Teatro

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